Eran
las cuatro de la tarde, el sol estaba calentando más de lo normal, aún y
así, tenía frío. El mundo ha cambiado radicalmente, al menos aquí, en
el hemisferio norte. Apenas hay comida y la gente empieza a perder la
cabeza. Hace semanas que no veo a ningún niño, perro, gato, palomas...
todo está desapareciendo y la civilización, al menos lo que queda de
ella, sólo es una utopía, quedamos unos pocos y no sé cuánto
aguantaremos sin comida ni agua potable.
Quién
iba a decirme que aquél 15 de mayo de 2013 todo acabaría de una manera
tan repentina. Explotaron no sé cuántos misiles, EEUU respondió, cómo
no, y ahí empezó el principio del fin. Europa se hundió sola. La
economía no aguantó tanto ladrón y la gente terminó por sublevarse. Los
gobiernos por su parte procuraron controlar las movilizaciones, pero...
¿quién puede controlar a millones de personas que no tienen nada que
perder?
Ahora
no queda nada que podamos reconocer como parte de una civilización; no
somos más que pequeños grupos de primates venidos a menos y sin ningún
tipo de contacto los unos con los otros, excepto para atacarnos.
Todo fue demasiado rápido no dio tiempo a almacenar provisiones ni a huir a los pueblos deshabitados, pero eso no fue lo peor,
lo peor fueron los niños, se les veía correr de un lado a otro,
buscando a sus familiares, o a cualquiera que les hiciera caso, pero...
sólo lograron convertirse en carnaza. Eran (y siguen siendo) fáciles de
apresar y, cuando el hambre se generaliza, los escrúpulos desaparecen.
Yo tambien he comido alguno, debo reconocerlo, son fáciles de atraer,
sólo hace falta una piedra de color chillón y decirle que tienes más
caramelos como ese.
Hemos llegado a un extremo en que la única ley que existe es la del más fuerte, quién lo diría, Nietzsche tenía
razón. Todavía los hay que se preocupan por mantener la especie y están
todo el día intentando procrear (se han disparado los secuestros de las
pocas niñas que quedan con vida) pero eso no es lo peor,
los conocimientos médicos y sanitarios que teníamos empiezan a
desaparecer de nuestra mente colectiva y la mayoría de partos que se dan
acaban con dos muertos más.
Los
que huyeron primero se han hecho dueños de los campos y de sus frutos,
los que nos quedamos en la ciudad estamos condenados a vivir entre
escombros e inmundicia. Condenados a matar para no morir y a comer
cualquier cosa que se atreva a moverse delante de nuestras narices;
recuerdo el olor de las gambas, aunque cada vez es menos claro... echo
de menos comer de verdad, y eso con suerte... llevo días alimentándome
de papel, en alguna ocasión leí que las cabras eran capaces de
sobrevivir así... y ¿qué más puedo hacer?. Hago cosas que, tan solo diez
años atrás, jamás habría creído posibles... he matado, he mutilado y he
robado.
No
lo he hecho pero debéis entender que las convenciones sociales ya ni me
importan ni me preocupan, voy a presentarme, mi nombre es Pedro Romero,
el día del principio del fin contaba con 27 años, aunque mi aspecto
actual es mucho peor que el de alguien de 37 de por aquel entonces, y, en su
momento, me dedicaba al periodismo, precisamente por eso creo que soy
capaz de poder plasmar los pocos pensamientos lúcidos que me quedan.
Releo las pocas líneas que he escrito y debo hacer una aclaración. No me arrepiento de nada
de lo que he hecho, todo, sin excepción, ha sido por sobrevivir, y en
los tiempos que corren, eso, precisamente eso, es lo único que importa.
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